«Hay un apasionante cuerpo de investigación que indica que la educación musical a edad temprana realmente cablea el cerebro humano para el aprendizaje. De acuerdo con el psicólogo Frances Rauscher de la Universidad de Wisconsin en Oshkosh, “Los niños nacen con todas las celdas nerviosas, o neuronas, que tendrán para siempre. A pesar de esto, las conexiones entre neuronas, llamadas sinapsis, son inestables y dispersas. Las conexiones sinápticas determinan en gran manera la inteligencia adulta. Durante los primeros años de vida, el número de sinapsis se incrementa enormemente, y las sinapsis que ya están en su lugar se estabilizan. Este proceso tiene lugar como resultado de la experiencia del aprendizaje [musical]. Aquellas sinapsis que no se utilizan son eliminadas —es una situación de utilízalo o piérdelo—. La práctica de la música desarrolla las conexiones sinápticas que son relevantes para el pensamiento abstracto...”» —Las negritas son mías—. (June M. Hinckley, Testimony on “Elementary and Secondary Education Act” to the House Subcommittee on Early Childhood, Youth and Families, Congress of the United States of America, July 15, 1999).
Es difícil imaginar ningún tipo de actividad que pueda tener una importancia y una trascendencia comparables a la que tiene la educación musical en los años infantiles. Sin duda, el hecho es tan dramático que hay que pestañear dos veces antes de haberlo asimilado por completo. Por resumirlo informáticamente y de manera apodíctica, podemos decir que:
Si de pequeño has estudiado música, tus circuitos cerebrales se habrán desarrollado y cuando seas mayor poseerás un potente procesador en la placa base cerebral.
Así pues, no es sólo que la educación musical tenga como efecto colateral el sacar mejores notas en matemáticas, como se han cansado de repetir ad nauseam todos los psicólogos del mundo. Lo que verdaderamente sucede es que el niño que estudia música ha implementado su capacidad cerebral, sus conexiones intracerebrales han aumentado, sus redes neuronales se han multiplicado. Por eso el niño musical posee una mayor inteligencia lógico-matemática, espacial, etc., a consecuencia de lo cual saca mejores notas en los exámenes que el resto de niños amusicales. Se trata de una modificación estructural y permanente, no de un efecto circunstancial y transitorio.
El grado de inteligencia del sistema cerebral —o la potencia de cualquier sistema de inteligencia, natural o artificial— depende esencialmente del número de sus circuitos e interconexiones. Cuando un niño se dedica al estudio del piano u otro instrumento musical no sólo está disfrutando de una de las más bellas manifestaciones del espíritu humano, sino que, sin saberlo, está llevando la capacidad de procesamiento de su sistema cerebral al borde de sus propios límites. Todos hemos oído que el ser humano medio utiliza tan sólo alrededor de un 15% del potencial total del cerebro. Bien, esto es válido para todas las actividades... excepto para la música. El grado de complejidad de la Composición Musical es muy superior al de cualesquiera otras de las artes y ciencias. Cuando un compositor digno de tal nombre escribe música no está trabajando en tiempo real. Puede detenerse en cada intervalo cuanto le plazca, ya que trabaja sobre el papel, sin tiempo, al igual que cuando un matemático investiga o resuelve un teorema. Pero es que cuando se toca un instrumento musical, toda esa increíble maraña de relaciones compositivas que el compositor ha creado en su mesa de trabajo, se encarnan en el tiempo. Un pianista ejecuta cualquier obra musical en tiempo real. Re-crea la obra del compositor sólo que ahora la información fluye a una velocidad endiablada en términos informáticos. La capacidad del sistema informático de su cerebro está literalmente al borde de sus posibilidades, al borde del colapso, por decirlo así.
Si esta situación de emergencia vuelve a producirse con cierta periodicidad y a lo largo de un periodo de tiempo dilatado, el organismo responde haciendo que se creen nuevas conexiones neuronales, ya que las existentes no bastan para dar paso a la avalancha de información que fluye por el sistema nervioso —en tiempo real— a medida que se hunden las teclas del piano. Es decir, malas noticias para los que tienen demasiadas prisas: por tocar un instrumento musical durante unos pocos meses el cerebro de un niño no se va a modificar. Para que la estructura cerebral se implemente es necesario que el estudio y la práctica musical se desenvuelvan habitualmente a lo largo de los años de la infancia. La mera escucha de la música no es suficiente, si bien siempre es aconsejable y puede despertar el gusto y el interés del niño por la música, medio de expresión que él desconoce por completo.
Por seguir con la analogía informática, hasta aquí hemos hablado única y exclusivamente de los efectos de la educación musical sobre el hardware biológico del cerebro en los niños. Nada hemos dicho todavía de sus efectos sobre el software biológico. Y es que si los efectos de la música sobre el primero son verdaderamente casi inconcebibles, las consecuencias sobre el segundo son, si cabe, aún mayores, aunque cueste imaginarlo.