La música es uno de los pocos fenómenos que activa, incluso más que el lenguaje verbal, prácticamente todas las áreas conocidas del cerebro y la mayoría de los subsistemas neuronales. No sería lícito reducir la música al acto de escuchar sonidos organizados, puesto que también atañe a la memoria (si escuchamos una pieza que ya conocemos), al lenguaje (si deseamos entender o cantar la letra de una canción) y a los movimientos (cuando seguimos el compás con el pie, dando palmadas o chasqueando los dedos). Puede que los mecanismos desencadenados por la escucha musical parezcan triviales, pero el modo en que ello influye en nuestro estado de ánimo —según atestiguan los directores cinematográficos y expertos en marketing— no es tan obvio. ¿Por qué una canción nos hace llorar y otra nos provoca alegría? Existen varias explicaciones, tanto psicológicas como fisiológicas.
Blood y Zatorre (2001) señalaron que en las respuestas emocionales a la música intervienen las mismas regiones cerebrales que en las asociadas con otros estímulos. Para investigar el campo de la música y de las emociones observaron las reacciones desencadenadas por música agradable y por música desagradable (usando la disonancia para suscitar reacciones negativas). Mediante el empleo de técnicas para la obtención de imágenes cerebrales (tomografías por emisión de positrones o Positron Emission Tomography, PET), trazaron un mapa de las actividades cerebrales que intervienen en el procesamiento de la música y analizaron la reacción neural a respuestas altamente positivas mediante los denominados «escalofríos musicales». Observaron que el patrón de actividad cerebral obtenido con los escalofríos provocados por la música es similar al que se obtiene con los estudios de imágenes cerebrales sobre la euforia y las emociones placenteras derivadas del consumo de cocaína en sujetos adictos a esta sustancia.
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