A lo largo de los años los científicos han ido avanzando en
el conocimiento del cerebro de los músicos a través de estudios realizados por
medio de resonancias magnéticas y tomógrafos. Estos consisten en registrar en
tiempo real los cerebros de algunos músicos mientras ejecutan su instrumento.
En ellos han podido corroborar que esta actividad involucra a casi todas las
áreas del cerebro simultáneamente, en especial la corteza auditiva, motora y
sensitiva. Además se ha descubierto que los músicos poseen ciertas zonas más
desarrolladas, más grandes que y quienes no lo son. Un área más grande implica
una mayor cantidad de fibras o conexiones nerviosas lo que permite inferir que
existe en este tipo de cerebros una mayor comunicación entre sus diferentes
regiones.
Entonces es esperable que estos músicos presenten un cuerpo
calloso más desarrollado pues necesitan coordinar los movimientos de las manos
izquierda y derecha al mismo tiempo y conectar la parte creativa del hemisferio
derecho con la matemática del izquierdo para controlar los tiempos. Además dado
que requieren que ambas manos sean igualmente activas los pianistas tienen que
superar una cualidad innata para casi todas las personas: el ser diestros o
zurdos. Se sabe que en la mayoría de las personas la profundidad de la cisura
central o cisura de Rolando es mayor en uno de los dos hemisferios, ya sea el
derecho o en el izquierdo, lo cual determina cuál será la mano dominante en esa
persona. Pero al escanear el cerebro de los pianistas los científicos
encontraron algo diferente: ellos tenían efectivamente surcos centrales
muchísimo más simétricos que cualquier otra persona —a pesar de que hayan
nacido diestros o zurdos, en sus cerebros esto era apenas perceptible. Dado que
pese a ello los pianistas aún poseen una mano dominante, los investigadores
especulan que esa simetría en la profundidad no es natural sino el resultado de
que estos músicos son capaces de fortalecer su lado más débil hasta hacerlo
coincidir aproximadamente con el lado dominante.
Esto ha despertado intensos debates en el mundo de las
neurociencias y la música llevando a los científicos a preguntarse si hay una
cierta diferencia estructural de base en el cerebro de los músicos o si éste se
va moldeando a través del aprendizaje musical.
Estudios en niños que recién se inician en la música han
demostrado que las zonas de la audición se encuentran más activas luego de un
año de entrenamiento musical que en aquellos que no han aprendido a tocar
ningún instrumento. Sin embargo esta postura no es aceptada por todos los
neurocientíficos, entre ellos Ellen Winner quien sostiene que estos niños han
tenido cerebros estructuralmente diferentes desde su nacimiento.
Estos científicos sostienen además que la disciplina y la
práctica son las que fortalecen ciertos circuitos cerebrales y con ello sus
funciones permitiendo así aplicar la atención y fuerza en otras actividades.
Para demostrarlo el Dr. Timo Krings realizó una investigación en la que escaneó
los cerebros de los pianistas mientras ejecutaban un solo y encontró que éstos
bombeaban menos sangre que las personas promedio en la región del cerebro
asociada con la motricidad fina. Este cambio en el flujo sanguíneo implica que
dicha zona requiere menor energía para realizar su funcionamiento normal lo que
les permite liberarse de la tarea que están ejecutando para concentrar su
atención en otros aspectos que lo son totalmente únicos, como su propia y
personalísima forma de interpretar cada melodía.
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